Cometer errores es algo inherente a los seres humanos, ya que nos encontramos en un continuo proceso de aprendizaje y adaptación. Sin embargo, es importante ser conscientes de que no siempre se puede aceptar una disculpa, especialmente cuando ésta no es genuina y solo se pide porque es socialmente aceptable.
Para que una disculpa sea sincera, debe tener tres objetivos:
- Arrepentimiento ante lo sucedido.
- Reconocimiento de la responsabilidad.
- Intención de reparar el daño.
En cambio, pedir perdón seguido de una excusa o justificación suele ser una señal de que la persona no está realmente arrepentida o no cree que sea responsabilidad suya el daño que se ha podido causar: “lo siento, pero…”. Cuando una persona se ha equivocado y pide disculpas, lo habitual es que lo haga de manera personal, evitando expresiones genéricas como “siento que te hayas sentido así”. Otro tipo de frases como “siento que lo hayas malinterpretado” o “lo siento, aunque tú también lo has hecho mal” sirven para poner el foco en la interpretación de la persona ofendida y, así, poder librarse de la culpa.
Lo más importante es confiar en nuestra intuición. En el caso de que la relación sea importante para nosotros y nos sintamos incómodos con la situación, podría ser beneficioso hacerle entender a la otra persona cómo nos sentimos y cuál es el daño que nos ha hecho. En función de su nivel de comprensión y de la respuesta que recibamos, habrá que valorar si esa disculpa es realmente suficiente para nosotros.