Son muchas las personas que necesitan ayuda y son conocedores de ello, sin embargo, sienten temor a iniciar una terapia y se llenan de excusas evitando dar el paso. Son muchas las ideas y emociones que aparecen acerca de los procesos terapéuticos y los psicólogos.
Aún hoy perdura, aunque afortunadamente en menor medida, la idea de al psicólogo van los locos, junto con el miedo a ser juzgados, la vergüenza al contar ciertas cosas, el dolor al recordar vivencias pasadas, etc. Esto, unido a la idea de que si somos fuertes podemos superar las dificultades solos, son algunos de los motivos por lo que mucha gente no da el paso de pedir ayuda.
Algo que siempre digo a mis pacientes es que ir al psicólogo demuestra valentía e interés por trabajarse a sí mismo. No es fácil superar las dudas y los prejuicios que surgen, ni enfrentarse y abordar cuestiones de la vida que generan dolor. Además, el miedo y la vergüenza que puede aparecer en las primeras sesiones de terapia son completamente normales.
El psicólogo siempre tratará de que el paciente se sienta cómodo, disminuyendo sus miedos y vergüenza, creando un ambiente agradable y libre de juicios, donde pueda expresarse con tranquilidad y confianza. Todo esto permitirá que, poco a poco, vaya formándose un vínculo entre ellos dos que será el motor del avance.
Sin embargo, algo fundamental y en lo que los psicólogos solemos insistir mucho es en la necesidad de que el paciente esté convencido de querer iniciar la terapia y, por tanto, demuestra su confianza y motivación por la misma. De poco sirve iniciar un proceso terapéutico obligado por otra persona y sin motivación alguna, ya que los resultados no se consiguen por el mero hecho de asistir a las sesiones, sino que la terapia precisa del esfuerzo y la implicación del paciente por mejorar y trabajar.
Se trata de un trabajo en equipo, en el que tanto psicólogo como paciente se esfuerzan por conseguir el bienestar.