Procrastinar consiste en posponer o aplazar tareas, consciente o inconscientemente, en relación con la creencia de que no es el mejor momento para llevarlas a cabo. Es decir, se trata de una justificación que sirve para evitar enfrentarnos a nuestras obligaciones.
Normalmente aparecen tres etapas cuando procrastinamos:
- Incomodidad ante la tarea que debemos realizar.
- Ocupación mediante otras tareas gratificantes e irrelevantes para aliviar la ansiedad.
- Justificación del comportamiento e idealización del futuro: “mañana lo hago”.
Sin embargo, contrario a la creencia de muchas personas, procrastinar es útil en su justa medida. De hecho, permitirnos relajarnos cada cierto tiempo es necesario para ser más productivos, teniendo en cuenta que el descanso es fundamental para que el cerebro funcione adecuadamente. La clave, por tanto, está en saber encontrar el equilibrio entre lo que debemos y lo que queremos hacer.
Pero, ¿por qué procrastinamos? Algunas de las razones son:
- Miedo al fracaso.
- Estrés.
- Perfeccionismo.
- Expectativas poco realistas.
- Impaciencia o necesidad de inmediatez.
- Burnout.
- Baja autoestima.
- Falta de motivación.